Aquella mañana se presentaba muy buena, el sol brillaba radiante poniendo un poco de calor a un día invernal. Tenía prisa y estaba nerviosa había quedado con alguien. El espejo del cuarto de baño me devolvió la imagen, estaba un poco pálida. ¿Debería llegar tarde?, me pregunté. En el fondo casi que lo estaba buscando, me daba miedo pensar.
No pude desayunar porque mi estómago se había convertido en un montacargas que subía y bajaba al ritmo de los latidos del corazón, y de esa manera no se puede meter nada en el cuerpo, estaba a un paso de una taquicardia.
Me arreglé despacio, me pinté cuidadosamente y medité un momento si ponerme o no carmín, sabía que no me iba a durar mucho, pero ese acto cotidiano de aplicarlo cuidadosamente consiguió que me relajara algo.
No pude desayunar porque mi estómago se había convertido en un montacargas que subía y bajaba al ritmo de los latidos del corazón, y de esa manera no se puede meter nada en el cuerpo, estaba a un paso de una taquicardia.
Me arreglé despacio, me pinté cuidadosamente y medité un momento si ponerme o no carmín, sabía que no me iba a durar mucho, pero ese acto cotidiano de aplicarlo cuidadosamente consiguió que me relajara algo.
Miré la hora, ¡¡Dios mío, iba a llegar tarde!! Cogí el bolso al vuelo en el recibidor y cerré de un portazo.
Paré un taxi y le di la dirección. Durante el trayecto una sensación de ahogo me oprimía el pecho y a medida que me iba acercando mi corazón latía más y más fuerte.
Llegué a mi destino, me baje del taxi y miré el imponente rascacielos moderno que tenía delante. Entré y sin pensarlo subí las escaleras casi de dos en dos, se que si me hubiera quedado a esperar el ascensor probablemente me habría dado la vuelta y salido corriendo. Solo eran dos pisos
La puerta estaba abierta, intuía que me estaba esperando, pero aún así llamé. Oí pasos que se acercaban y él apareció ante mí, como siempre: alto, con un toque plateado en las sienes, unos ojos azules que me miraban con una sonrisa y un punto de recriminación.
-María pasa, ya sabes que estás en tu casa y no tienes que llamar- me dijo agarrándome del brazo- Ve dentro y siéntate, ahora mismo estoy contigo.
Nerviosa ni siquiera pude aguantar su mirada, baje la vista – Cristóbal si estás ocupado puedo volver en otro momento- apenas susurré.
-No tardo nada. Ponte cómoda, ya sabes donde dejar todo...Además estamos solos, nadie nos molestará…
Entre en la sala y despacio dejé el bolso en una silla y puse encima el chaquetón. Me senté en el sillón esperando a que Cristóbal apareciera.
Un momento después le oí trasteando detrás de mí…Se acercó y le obsequié con una de mis mejores miradas cargadas de súplica
-Cristóbal, por favor, no me hagas daño. Le dije en un tono acorde con la mirada.
- - María, no seas niña, yo soy muy cuidadoso, ya lo sabes… Anda calla y abre la boca
Cerré los ojos un segundo y con resignación obedecí. Vi como acercaba su cara a la mía y con voz aterciopelada me dijo: vamos a empastar esa muela.
Me sujete fuertemente al sillón, pero esa, será otra historia.
Me sujete fuertemente al sillón, pero esa, será otra historia.
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