He tenido problemas y he borrado sin darme cuenta esta historia. La vuelvo a dejar para los que no la hayan leído. Perdonad.
Cada mañana, como siguiendo un ritual, ocupaba el mismo asiento en el vagón de Metro frente a mí, sacaba el libro de su mochila y comenzaba a leer. Yo observaba en silencio como los madrugones hacían mella y no llegaba a pasar de un par de páginas antes de que se le cerraran los ojos.
Esa mañana estaba tan dormido que el libro se resbaló de sus manos y cayó. Me agache a recogerlo, por fin conseguí leer el título:”” Metafísica de Aristóteles””,
-debe ser aburrido para que no pueda mantenerle despierto-, pensé. Le toque la mano y cuando abrió los ojos tenía mi cara a un par de palmos de la suya. Le vi confuso y supongo que preguntándose quién era yo y qué hacía tan cerca. Antes de que articulara una sola palabra le puse el libro delante,- se te cayó-. Se ruborizó y me dio las gracias casi en un susurro.
Apresuradamente guardó el libro en la mochila y se levantó, el metro llegaba a la estación de Recoletos donde se bajaba cada día. Ya en el andén me miró a través de los cristales de la ventanilla mientras el tren iniciaba la marcha, sonrió porque acababa de caer en la cuenta que llevábamos más de un año viajando juntos pero nunca se había fijado en mí, hasta ahora. Le devolví la sonrisa y le dije adiós con la mano.
Cuando entramos en el túnel desvié la mirada al suelo y vi una foto que sobresalía debajo del asiento que él había ocupado, la recogí. En ella mi desconocido amigo posaba en un bosque de abetos delante de una cabaña de madera, el suelo se veía con una gruesa capa blanca y a su lado una flamante moto de nieve con un gran lazo rojo atado al manillar. Guardé la foto con la intención de dársela al día siguiente y pensando que sería una buena excusa para entablar una conversación.
A la mañana siguiente no apareció, ni a la siguiente, ni a la siguiente… nunca más volví a verle.
Han pasado 40 años: estoy felizmente casada, tengo hijos y nietos, todavía hago el mismo trayecto en Metro que me lleva de casa al trabajo y la foto ha ido pasando de un bolso a otro en todo este tiempo.
¿Quién sabe? Quizás el destino vuelva a reunirnos en el mismo vagón y tenga ocasión de decirle lo que aquel día, a mis 17 años no pude:
“” Hace mucho tiempo viéndote soñar me enamoré de ti. “”.
Pero esa será otra historia
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