Aquella mañana Marina se levantó como cada día a las 7 y como siempre se fue directa a la cafetera en busca del ansiado y necesitado café para convertirse de nuevo en persona y no en una mala bruja malhumorada. Menos mal que en estas circunstancias no la veía nadie, siempre era la primera que ponía el pie en el suelo, ya fuera día laborable o festivo.
Sin la dosis de cafeína diaria estaba muerta, pensó mientras daba el primer sorbo.
Sentada en la cocina con la humeante taza de café en la mano, soplando para enfriarlo un poco, hizo un análisis rápido de su vida: un empleo en una oficina donde se encontraba a gusto, un marido absorto en su trabajo y casi siempre fuera de casa, pero al que amaba mucho y unos hijos ya mayores independizados que solo la llamaban cuando tenían problemas de logística como era ir a hacer limpieza o prepararles “”tapers”” y por supuesto, para provisionarles de dinero a final de mes.
Estuvo pensando en las próximas vacaciones, solo le quedaban 2 días de trabajo y daría una sorpresa a su marido. Tenía los pasajes para un crucero por el Mediterráneo. Sería una segunda , tercera o cuarta… luna de miel...Todo sería perfecto.
Miró la hora y se dijo que debería dejar de soñar por las mañanas, siempre se entretenía más de lo que podía permitirse. Se ducho y vistió de prisa y salió corriendo, como se descuidara un poco perdería el autobús. Llegó a la parada justo cuando se acercaba y lo pilló por los pelos. Se sentó en uno de los asientos traseros y como hacía casi siempre fue mirando por la ventanilla. Llevaba demasiados años haciendo aquel recorrido y ya se sabía de memoria cada parte del mismo. De vez en cuando miraba las terrazas en busca de los avances en el crecimiento de las flores que las adornaban o si cambiaba algún negocio cuando llegaban a la calle de la Laguna, una vía muy comercial…
El autobús paró, estaban en el atasco de tráfico de cada mañana. Desvió la mirada hacia los carriles contiguos, sin apenas prestar atención, pero algo la hizo enfocar la vista: era el coche de su marido. Suponía que se encontraba en Londres trabajando y no volvía hasta mañana viernes. ¿Acaso se había confundido de fecha?, ¿habría ocurrido algo? Estaba a dos carriles y le veía bien a él y a la mujer que le acompañaba, sería alguien de la oficina, pensó. Esa noche cuando llegara a casa le gastaría una broma sobre el ligue del coche. Sonrió y la sonrisa se convirtió en mueca en ese instante cuando vio a su marido besando a la mujer que iba con él.
¡Caramba, besa bien, conmigo nunca se mostró tan efusivo! fue lo primero que le vino a la mente.
¿Qué estoy diciendo, he perdido el juicio? Se decía mientras unas lágrimas furtivas resbalaban por sus mejillas. Se las quitó de un manotazo, furiosa, mientras miraba fijamente al que había sido el hombre de su vida a través de la ventanilla.
En aquel instante él levanto la vista mirando alrededor y la vio detrás del cristal sucio de un autobús. Fueron unos segundos en el que se cruzaron sus miradas, ella seria y dolida, él culpable y avergonzado. Su marido giró rápidamente la cabeza, de hecho pareció empequeñecer en el asiento del Volvo. La circulación volvió a restablecerse y desapareció entre el barullo de coches.
Llegó a la oficina y trabajó toda la mañana como si no hubiera pasado nada. Nadie notó el dolor que sentía ni la tristeza. No quería miradas furtivas ni comentarios a sus espaldas, esos vendrían más tarde.
Al finalizar la jornada cuando llegó a casa, se dirigió a su dormitorio y cuidadosamente fue recogiendo toda la ropa de su marido, metiéndola en maletas. En unas cajas colocó todos los CDs de música clásica, al fin y al cabo ella era más vulgar le gustaba el jazz, el country y la música caribeña. Introdujo también sus libros de filosofía “”barata”” y autoayuda, según decía servían para ser más creativo en el trabajo. Ahí le dio la razón, se había vuelto de lo más imaginativo por lo que había visto hoy, quizás en lo que falló es donde aplicar esas técnicas. Desde luego no le habían ayudado a entenderla a ella.
Colocó todo delante de la puerta con una nota…
“”Te vas, no porque te haya pillado con tu amiga, eso hasta es perdonable, sino por el hecho que no has sabido nunca quien era yo “”
Cerró, se apoyó en la puerta y lloró. Por el pasado que tuvo, por el presente que se iba y por el futuro desconocido que se abría ante ella….
Pero esa será otra historia.
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