Conoció a su marido cuando tenía 20 años y toda la vida por delante. Un príncipe azul que no aguantó la prueba del beso y el primero que se dieron después de la boda le convirtió en rana… Alguien que no conocía, una persona totalmente cegada por celos infundados, egoísmo y por el placer de hacer daño por el simple hecho de existir y haberse cruzado en su camino. Creía que ni siquiera era ella el objetivo de su odio, ni siquiera la veía, era simplemente el objeto donde volcar todas sus frustraciones, su ira, su mal humor, el saco que recibía los golpes destinados a él.
Apenas recordaba cuantas veces visitó a sus amigas o familia después de la boda, antes que se cansaran de las excusas por no poder acompañarlas o asistir a reuniones, dejándola sola. Se convirtió en una experta, siempre con un sinfín de razones para no llamar, no asistir, no quedar. Tenía pretextos de todas las clases: su marido está mal del estómago, tenía fiebre, hoy iba a salir, no vio tu llamada,…. Unos utilizan las excusas para no ir a trabajar otros, como ella, para no tener que dar explicaciones, para ocultar lo que estaba a la vista de todos… lo que a poco, que se hubieran empeñado habrían descubierto, si no estuvieran tan ocupados mirando hacia otro lado...
Con el tiempo, necesitó muchas dosis de autocompasión, autocontrol y autoestima para poder seguir viviendo, para aceptar el sitio donde la había colocado, al margen de la sociedad, de la familia, de la vida…
Cuantas lágrimas había derramado desde entonces, cuanto sufrimiento dentro de una existencia sin sentido, sin esperanza y sin perspectivas de cambio...
Aquella desesperación cada noche ante la inminencia de lo que iba a ocurrir, aquella fatalidad ante el hecho de que hiciera lo que hiciese, dijera lo que dijese, o callara lo que callase… nada haría cambiar el mal humor, el descontento y la agresión de aquel hombre que vivía con ella. Hacía mucho tiempo que dejó de considerarle marido. Hacía mucho tiempo que dejó de considerarse mujer, era un felpudo a la entrada de una casa donde aquella bestia cada noche se sacudía el barro de la cobardía, del descontento y la frustración.
Ella ya no luchaba, se le acabaron las fuerzas hacía mucho y las ganas de soñar con otra vida donde la recibieran con una sonrisa habían desaparecido. Nunca pensó que hubiera segundas oportunidades y estaba cansada, se sentía exigua y exhausta por lo que era poco lo que se revelaba ante el infortunio, terminando por sucumbir y caer en la más absoluta y patética de las existencias, al servicio de aquel ser que la tortura cada día.
Se centró en pasar por esta vida dejando atrás todo aquello que sabía que podía hacerla feliz, incapaz de permitir que le fuera arrebatado una y otra vez. Estaba hundida, se ahogaba y no hacía nada por impedirlo, por salir a flote, esperaba patéticamente el final y el descanso.
Un hecho cambió su vida, la hizo rejuvenecer, la hizo asirse a esa tabla de salvación como si fuera la única cosa que pudiera mantenerla a flote y abriera la puerta a esa pizca de cordura que aún le quedaba.: Estaba embarazada. Ese niño le daba desde el interior el suficiente aplomo para seguir adelante y enfrentarse al futuro.
Cuando nació el pequeño, su marido notó la transformación y recrudeció su conducta, haciéndose más violento. Necesitaba tenerla sumisa, de rodillas, no quería una nueva ama en esa casa… ese papel era solo suyo, él era quien dictaba las normas, él que imponía las leyes el que decidía el cuándo, el dónde y el cómo….
Ella cambió de forma de ser y la protección hacia su pequeño hizo que se volviera rebelde, que actuara sin cautela, que le importara muy poco su existencia en pro de la de su hijo. Se enfrentaba a su agresor cada momento y un día resolvió plantar cara y decirle que se marchaba.
Y ocurrió…
Él cogió su escopeta, siempre la tenía a mano para mantenerla a raya, y disparó…
Ella sintió el impacto y el dolor sordo, notó como se le doblaban las piernas y quedó de rodillas. No podía articular palabra, no podía pensar, se quedó estupefacta contemplando el boquete que tenía en el pecho de donde manaba gran cantidad de sangre.
Miró a su marido, al hombre que le juró amor eterno. Le vio arrojar el arma al suelo con un gesto de incredulidad, como si aquella escopeta hubiera tenido voluntad propia y se hubiese disparado sola. Vio como negaba en silencio, en un intento de regresar unos segundos en el tiempo; pero ya no había vuelta atrás, ya no era posible el retroceso, ya no podría arrepentirse más para luego volver a empezar... todo se había acabado. Había sobrepasado la línea que limitaba su poder.
Se tumbó en el suelo y escuchó el aullar de las sirenas, los golpes en la puerta y gente entrando… miró a su marido que se lo llevaban esposado Estaba desapareciendo de su vida por fin, para siempre…
Alguien inclinado sobre ella le hablaba, le observaba abrir y cerrar los labios pero no entendía que le estaba diciendo. Por como vestía supuso que era un médico del S.A.M.U.R.
Sus ojos se cruzaron por primera vez, ella confusa pero sonriendo, después de mucho tiempo, de toda una vida, había vuelto a recuperar la sonrisa. Con un gesto le indicó al médico que se acercara y muy bajito, casi sin aliento le dijo: -ya todo está bien.
Cerró los ojos al mundo que la rodeaba y se sumió en la tranquilidad de los calmantes y mientras entraba en el reino de la inconsciencia, pensó:
Mañana será otra historia.
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