jueves, 13 de septiembre de 2012

- Cuentos desde mi rincón: Hogar. ¿Dulce hogar?




Nota del autora: hubo una versión anterior de este relato pero al no estar muy contenta con el resultado me decidí a darle algunos pequeños retoques y cambiar el final, que era demasiado triste...Espero que os guste la nueva versión, dejaré la antigua para los amantes de lo clásico.



Entré en la estancia sin mirar  y fui directa la ventana, casi en el extremo opuesto a la puerta. Quería una visión global de todo lo que me rodeaba y el tener un punto de luz cerca  hacia que me sintiera más cómoda.

La lluvia  caía incesantemente y con su repiqueteo en los cristales provocaba un soniquete casi hipnótico. En aquel momento el  viento  arreció y proyectó, con más fuerza si cabe, el agua sobre el vidrio lanzando las gotas como pequeños dardos, capaces de taladrar aquella fina lámina que me separaba del exterior. Era la única luz natural de la habitación, si no contamos con una claraboya que  ocupaba la mitad del techo  al otro lado de la pieza. Le faltaban  todos los cristales, que habían sido  sustituidos por trozos de madera sacados de algunos muebles viejos. Si la función del tragaluz era presentar un aspecto alegre al piso, desde luego no cumplía su labor en estos momentos, más bien al contrario, le confería un aspecto lúgubre a toda la sala.

Eché un vistazo a la calle, casi con vergüenza de que me vieran allí. Tras la cortina de agua,  contemplé  el deambular de un  montón de paraguas multicolores que se movían de prisa, coches circulando con sus ruedas desplazando gran cantidad de agua hacia las aceras, una marquesina de un autobús justo en frente con un hombre parado debajo, fumaba un cigarrillo y observando con aspecto cansado  y aburrido todo lo que le rodeaba. Un coche que pasó deprisa le dejó empapado. Una sonrisa se dibujo en mis labios. La primera desde que entré en este lugar.

Volví la vista al interior y con mirada crítica contemplé todo aquello que estaba al alcance de mis ojos.

Las filtraciones de agua hacían que el ambiente dentro se tornara frio, un pequeño temblor me sacudió y me arrebujé, más si cabe, dentro del abrigo, intentando calentar algo más que mi cuerpo. Estaba dentro de una casa y mi respiración soltaba vaho, ¡no me lo podía creer! .

Todo aquel  rincón, justo debajo de la ventana, rezumaba agua y las manchas de humedad  hacía tiempo que dibujaban formas abstractas en el muro, como  si el fantasma de algún grafitero se hubiera entretenido en hacerlas.

Incrustado en la pared se encontraba un fregadero, que alguna vez fue de porcelana blanca pero que los golpes y la suciedad le habían cambiado el color a un gris amarilloso con algunas líneas  marrones, que determinaban el nivel a la que había llegado la pringue. Además le faltaba un trozo bastante grande, calculé a simple vista que si lo llenaba más de un cuarto, terminaría con los pies empapados, sin contar, con que las  grietas del fondo, no hicieran lo mismo sin necesidad de malgastar agua.

Dentro del saneamiento (bonita palabra para nombrar aquello que estaba mirando, era de todo menos sano) una lata de fabada Litoral abierta y sin terminar, tan  enmohecida que  podría haber surtido de penicilina a toda África, una cuchara que alguna vez fue de algún tipo de metal y que el óxido se había encargado de repintar, seguro que a  tono con el decorado  y un plato transparente de duralex partido en dos.  Esto eran los únicos signo de vajilla que pude encontrar en aquella cocina, si ese nombre se le podía dar a aquel rincón. Se completaba el conjunto con un grifo del que caía  una gota constante, cada medio segundo, con un sonido rítmico, como si fuera el mantra al que se acogían todos los habitantes de ese lugar, que los había porque algunos, careciendo de timidez,  habían salido a curiosear. Esa lágrima cayendo al fregadero parecía un indicio  de que aún había agua, aunque pensé si algún valiente se atrevería a beber algo salido de aquella tubería.

De La suciedad de las paredes daba fe el color más claro que se veía en el sitio donde debía colgar derecho un cuadro y que ahora gozaba de una posición bastante precaria,  próximo a caer al suelo en el siguiente soplo de aire,  por la falta de una alcayata en la pared. La pintura era un paisaje marino  con un imponente velero de una lámina de calendario, no tenía cristal y al marco de plástico le faltaba uno de los lados. En el suelo cerca, había un charco de agua, lo primero fue pensar que el mar de la pintura estaba cayendo, luego mi imaginación se calmó y miró al techo, había una gotera.

Debajo del cuadro había colocado un sofá,  estaba cubierto con una manta ajada de  rayas multicolores,  con tonos que en su momento fueron brillantes y alegres y ahora se mostraban opacos y deslucidos por el paso del tiempo y el exceso de lavados o quizás  por la falta de ellos. Desde luego, lo que si dejaba claro el diván es que  invitaba a no sentarse, ya que la funda no podía ocultar   los socavones que  tenían  los cojines  y que amenazaba con tragarte si osabas poner las posaderas en ellos.

Frente al sofá y centrado en una pared, se aposentaba un mueble de un estilo indefinido muy parecido a un aparador. El barniz había desaparecido  hacía mucho y un montón de rayas y letras  hechas con distintos instrumentos punzantes, daba cuenta del paso del tiempo y de sus propietarios. Tenía tantas palabras grabadas que se podría escribir su historia desde el origen. Una de las patas había sido sustituida por cuatro guías  de páginas amarillas de Telefónica, supuso que robadas de algún descansillo en los bloques colindantes.  En  el centro del mueble una televisión de catorce pulgadas era el único exceso de modernidad que había en la habitación, aunque al estar desenchufada no dejaba claro si solo era un mero adorno.

Una bombilla desnuda pendía del techo. Una mirada fugaz  a  la lámpara me dejó claro que esa casa era el lugar donde Darwin debería haber empezado a estudiar la evolución de las especies, ya que pegada a ella  estaba toda la fauna  invertebrada  existente  en el planeta. Se suponía que debería alumbrar algo pero de momento se había convertido en un cementerio de  todos aquellos pobres seres, baje la vista y  tuve el impulso de rezar una oración, aunque  se me pasó  tan rápido como lo había pensado.

La pared opuesta a la ventana estaba presidida por una cama con un colchón de lana al que le faltaba un montón de centímetros para cubrir los muelles del somier, sospecho que las ovejas hicieron huelga al saber a dónde iba a parar su precioso pelo.  Medité un momento si  llamar cama a aquello  no era un eufemismo, pero a estas alturas ya me había quedado sin sinónimos para definir lo que podría ser, había gastado todos con el resto de la casa.

Para completar el cuadro, encima del colchón descansaba una vieja manta del ejército doblada de manera pulcra, se la veía algunos agujeros sospechosos de que en ella habían tomado posesión seres adictos al consumo de tejidos. La miré fijamente y  podría jurar ante la Biblia  que se estaba moviendo sola.

Aparté la mirada  y me topé con un orinal de porcelana  desportillada, quizás con más años que las mismísimas cuatro paredes que lo cobijaban.  Se encontraba debajo de la cama, sobre él pasé casi de soslayo, no me atreví siquiera a dedicarle un segundo y pensar en su historia.

Al lado del   “tálamo” había una mesilla de noche con tres cajones, que ni siquiera  desee imaginar su contenido. Encima una palangana  de loza y una jarra, a la que le faltaba media asa y la pegatina con flores que la decoraban se había borrado parcialmente.

En alto, colgada de la pared se encontraba una tabla de madera, con una inscripción ”MERCAMAD..”. Tenía pinta de haber sido arrancada de una caja de fruta o pescado y colocada a modo de estante con un par de cuerdas de esparto, sujeta al muro por dos alcayatas. En este precario armario descansaba un peine que por mellado dejó de ejercer su profesión hacía tiempo y que estaba pidiendo a gritos la jubilación, un bote vacio de pasta de diente y una cuchilla  de afeitar oxidada. Este improvisado cuarto de baño se completaba con un espejo redondo con un  tamaño tan minúsculo que no  me permitía ver todo el rostro de una vez. Parecía un lunar en aquella pared gris marengo.

Eché una última mirada a la estancia  con ojos  críticos. La  chica de la inmobiliara  que me estaba enseñando aquel infecto universo y que se había quedado en la puerta, ahora sé por qué,  no paraba de  parlotear remarcándome  todas las posibilidades que el sitio tenía  y  lo importante que era jugar con la imaginación para sacarle partido.

La  miré en silencio. Despacio  me llevé la mano al bolsillo de mi abrigo y saqué  y desplegué el periódico que llevaba. Busqué el anuncio:

“”Se alquila loft muy tranquilo y acogedor, amueblado, cocina americana, dormitorio  y aseo, calefacción individual,  ventilado y fresco.  Ideal para solteros o parejas. El precio son 600 € y se exige dos meses de fianza y un aval bancario.””

Levanté la vista y le di mi enhorabuena ante tal exceso de fantasía  a la hora de redactar el anuncio. ¡y yo que pensaba que tenía mucha!. La inste a que se dedicara a la escritura literaria ya que sabía mostrarnos cosas que el resto de los mortales éramos incapaces de vislumbrar siquiera. Espero que me haga caso,  porque tiene mucho porvenir, más que como corredora de fincas.

Cuando salí por la puerta, me volví y le desee toda la suerte del mundo  para que encontrase inquilino, al mismo tiempo que rezaba para que una plaga divina  hiciera desaparecer aquella casa de la faz de la tierra.

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