martes, 23 de octubre de 2012

Cuentos desde mi rincón: Nunca te quedes solo en Halloween



Ana se encontraba  sola en casa. Su madre, aquella mañana, había ido al hospital a visitar a la abuela y quedó en regresar pronto. Miró  por la ventana, el cielo se encontraba ya bastante oscuro y algunas estrellas centelleaban dispersa entre nubarrones negros. Sus ojos se volvieron hacia el reloj colgado en la pared, las 9: 30, un poco tarde, pensó  intranquila.
Se tumbó  en el sofá  de  la salita a ver la tele. El programa de entrevistas que puso, bastante aburrido, junto  con el calor del brasero y el madrugón de aquella mañana, la adormecieron.  
No sabía muy bien cuanto tiempo llevaba dormida, cuando  un sonido estridente la despertó de golpe, confusa, desvió la vista hacia el lugar de donde provenía el ruido, la mesa. La  pantalla iluminada  del teléfono le indicó que la estaban llamando, al mirar el nombre que aparecía, descolgó corriendo.
-¡Dime!
-…..
-Vale mamá, no te preocupes, quédate y ya me arreglo.
-….
- Lo sé, pero no me voy a casa de la tía, me quedo aquí. Un beso, hasta mañana.

Colgó y miró la hora, eran las 11 y media de la noche, vio que quedaba poca bateria y  dejó el móvil cargando en el enchufe.
 Su madre  se quedaba en el hospital, la abuela había  empeorado y no podía volver, le había dicho que era mejor  que se fuese a dormir a casa de sus primas.
-A su edad,  con 14 años,  no necesitaba niñera, era una adulta-Se dijo en voz alta-Menos mal que el petardo de su hermano se quedaba con su tía.
Apagó la tele y se dirigió a la cocina en busca de una coca cola y algo para picar.
Un ruido sonó  en el primer piso, encima de ella,  parecía un golpe en la ventana procedente de la habitación de sus padres.
Subió las escaleras pesando en  cerrarla, antes de que se rompiera algún cristal, aunque hoy, no hacía mucho aire. Mejor asegurarse, no le gustaría tener que darle la razón a su madre y  escuchar el  ya te lo dije que vendría después.
Cuando entró en el cuarto, la ventana que tenía enfrente de la entrada estaba abierta de par en par  y se acercó a cerrarla. Al hacerlo, vio  su imagen reflejada en el cristal y algo más que  no tuvo tiempo  de  distinguir con claridad. Le pareció una sombra que pasaba muy deprisa, se giró  y no  encontró nada. Pensó que se estaba volviendo paranoica. 
Ya se marchaba, cuando algo llamó su atención. Se fijó  en la moqueta, y su corazón comenzó a latir, con  tanta fuerza, que la sangre bombeada  le retumbaba en las sienes como un tambor, y  el miedo hizo presa en ella.
Debajo de la ventana,  se distinguían pisadas y continuaban hasta la salida de la habitación. Parecían huellas de bota con  barro húmedo. Alguien había entrado en la casa.
Ana, de puntillas,   fue despacio hasta la puerta  cerrándola. Recordó  que su padre, guardia civil,  guardaba en lo alto del armario, en una caja de zapatos, una pistola y munición, con las que  había jugado, algunas veces, cuando sus progenitores no estaban en casa.
Se subió a una silla y bajó la caja  colocándola encima de la cama. Con manos temblorosas, que apenas podían sujetar nada, metió las balas en el cargador y empuñó el arma.
Salió despacio, dispuesta a marcharse a casa de su tía y que ella avisara a la policía.  Un ruido detrás de ella, la sobresaltó,  se volvió con brusquedad y disparó con los ojos cerrados: una, dos, tres,… hasta que la pistola dejo de sonar. El silencio  reinó de nuevo en el interior de  la casa y después, de lo que le pareció un siglo, abrió los ojos.
Se encontró con un reguero de sangre que provenía de alguien tirado en el suelo. No se movía. Llevaba una mortaja negra, sucia y raída, y  al lado una guadaña. 
Aún temblando se acercó, tenía que pasar por su lado para dirigirse a las escaleras,  pese al miedo que la embargaba, no pudo dejar de mirar el   rostro de aquel ser tendido en el suelo y un grito surgió de su garganta y  después otro;  siguió gritando sin control. Aquellos chillidos atronadores y desgarradores recorrían la silenciosa casa, saliendo a través de  las rendijas de puertas y ventanas, dando vida a un barrio que despertó y comenzó a salir a la calle asustado.
 Cuando la policía llegó, avisada por los vecinos, encontraron a una niña, sentada  medio encogida, dentro de un charco de sangre, con los ojos desorbitados mirando un cuerpo inerte. El movimiento rítmico de su cabeza,  negando la evidencia, parecía el único signo de vida en aquella escena.
Ana  olvidó que era Halloween, incluso que tenía un hermano más pequeño al que le gustaban mucho  las bromas.
Un aire helado asoló la casa, la policía y todos los presentes sintieron un escalofrío y temblaron un momento.
La niña levantó la cabeza y se topó con la mirada oscura e insondable de la muerte,  mostraba una sonrisa macabra  y su olor lo emponzoñaba todo.
 -Si mando al miedo por delante, la mayoría de las veces, se encarga de realizar el trabajo por mí- dijo soltando una sonora carcajada.
En el reloj del salón sonaron doce campanadas.

1 comentario:

  1. Mariló muy logrado el relato, me ha encantado la frase del miedo.

    ¡Un saludo de tu paisana!

    ResponderEliminar