sábado, 3 de noviembre de 2012

1º Concurso de relatos de Halloween: 3º puesto



En el tercer puesto  el relato con titulo y autor:

EL COMPENDIO DE CIEN HISTORIAS SOBRENATURALES.    
Autor JUAN

Alfonso concluyó su historia y sopló breve y firmemente y apagó una vela. Sólo quedaban dieciséis más, y su lumbre exigua combatía con dificultad la oscuridad que, poco a poco, ganaba terreno en el salón. La penumbra desdibujaba a los catorce congregados y David sólo apreciaba sus rasgos más pronunciados: el pelo rizado de María, el mentón belfo de Víctor, la cabeza rapada de Santiago, el largo cuello de Ana… Pero sobre todo se fijaba en Elena, quien relevó a su hermano Alfonso y acercó su pequeña cara, para que todos reconocieran sus expresiones, al pálido fulgor de una candela de parafina. Mientras contaba un nuevo relato, David intentaba grabar en su memoria sus grandes ojos reverberantes en mitad de la noche, como los de una lechuza vigilante.

Elena era una excelente narradora, igual que su hermano. Ambos actuaban como el motor del grupo de amigos. De hecho, aquel juego había sido una más de sus ocurrencias. Como todos los años, el día de los difuntos celebraban una fiesta en su casa de campo. Para la ocasión, las entrañas de la casa se transformaban en una mansión del terror, en la gruta donde unas meigas entonaban sus hechizos, e incluso en un tétrico cementerio. Pero aquel año la transformación adquirió un tinte minimalista.

Con su gusto y afición por descubrir nuevas tradiciones de terror, hallaron un ritual samurái que les cautivó. El popular juego se conocía como “el compendio de cien historias sobrenaturales”. Para los samuráis formaba parte de una prueba de valor. A media noche encendían cien velas, las cuales se apagaban con cada historia contada, y al extinguirse la luz de la última, los monstruos aparecían. Aquel rito era demasiado bueno como para no aprovecharlo.

Los preparativos se llevaron a conciencia. Antes de medianoche, cien dedos largos y coloridos de cera y parafina sostenían cien pequeñas llamas frente a la negra noche en un perfecto círculo. Despejaron los muebles del salón y cerraron los postigos de las ventanas, evitando cualquier brisa traidora que matara la función. Después, todos los participantes empezaron a contar historias y soplar velas con solemnidad.

Conforme pasaba el tiempo, los relatos mermaron el tono distendido del ambiente. Al principio, sólo se narraron invenciones, pero a mitad del juego los miembros divulgaron sus propias pesadillas y los ánimos se ensombrecieron bastante, pues el miedo les tocaba de lleno y descubrieron que estaba más próximo de lo que nunca imaginaron. Cuando sólo quedaban diez velas, la ceremonia desembocó en confesiones de sucesos personales, a cual más misteriosa e inexplicable.

En todo ese tiempo, la opacidad de la noche ganó terreno a la exigua luz, historia a historia, vela a vela, y al llegar a la penúltima, a David le sobrecogió un extraño presentimiento. Alfonso narraba de nuevo, y su sombra ondulaba al compás de la bailarina flamígera cercana a su cara. De repente, su sombra dejó de imitar los movimientos de Alfonso y David se asombró al presenciar aspavientos de rechazo por parte de ella. La imagen, tan surrealista, la justificó como una mera sugestión de su mente. Sin embargo, cuando Elena anunció la última historia y última vela, sus temores se confirmaron.

La cera casi extinta anunciaba el ocaso del ritual. Ninguna sombra debería ser visible con tan poca claridad y, sin embargo, parecía que hubieran ganado espesura y cuerpo. Nadie se percataba del espeluznante hecho salvo David, quien no cortó la voz de Elena por no interrumpir el ritual. Los demás observaban expectantes la agonía de la lumbre mientras sus sombras se desligaban de las finas costuras que las unían a sus cuerpos. David apreció cómo se erigían detrás de los inconscientes participantes y colocaban sus brazos negros sobre las cabezas de sus antiguos dueños.

Elena concluyó su relato y su sombra se mostraba amenazante tras ella. Posó sus grandes ojos en el derretido cilindro que aportaba la única fuente de luz del salón. Cargó sus pulmones de aire. David imaginó que las sombras esperaban el definitivo apagón para precipitarse sobre ellos. Intentó articular palabra alguna, algún aviso, pero Elena apagó la vela número cien y la oscuridad, como un telón pesado, cayó sobre ellos…

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