Aquí estoy de nuevo contigo como cada noche desde que nos separamos. Hoy me apetecía que recordáramos juntos como empezó nuestra relación, ambos muy jóvenes, el día en que cumplí 13 años y nuestro último día juntos aquel verano, antes de que te marcharas a estudiar fuera.
Aquel día no fue especialmente caluroso, amaneció con una capa de nubes bajas que pasaron del blanco níveo al gris marengo, nubes que se veían cargadas y orondas con el aspecto que le dan los niños cuando las dibujan en un papel.
Nos conocíamos desde siempre y habíamos jugado juntos desde que éramos unos críos, pero esa tarde viniste a buscarme a casa tenías algo importante que decirme. Llevabas bermudas vaqueras, camiseta azul y tus eternas deportivas que no te las quitabas ni para dormir. Ya estaba preparada cuando llegaste, con aquel vestido verde de tirantes que tanto te gustaba y salimos corriendo, después de escuchar las recomendaciones de mi madre de no tardar mucho que iba a llover.
Cogimos el camino de la sierra a la salida del pueblo y después de pasar unas cuantas fincas, nos desviamos por un sendero que serpenteaba por el medio del bosque terminando en un claro. En un rincón a la derecha se encontraba un tocón de pino que en sus tiempos debió ser grande y hermoso. Cogiste mi mano y mirándome fijamente me dijiste muy serio, que esperara a que terminases de estudiar y tuvieses un buen trabajo porque vendrías a buscarme. Te miré, sonreí y asentí con la cabeza. Sabía que era verdad y cumplirías tu promesa.
Sacaste una pequeña navaja del bolsillo que te había regalado tu abuelo un mes antes, por tu cumpleaños y con gran esmero grabaste nuestras iniciales en aquel tronco. Cuando terminaste comenzaron a caer las primeras gotas y llegamos a casa corriendo y empapados. Ese día el rapapolvo de mi madre ni siquiera me mereció un comentario porque estaba feliz.
Te marchaste a Madrid a estudiar y fui sabiendo de tus aspiraciones, de tus metas, de tus logros y sobre todo de tus sentimientos hacia mí.
Mi corazón palpitaba con rapidez cada vez que alguien pronunciaba tu nombre. Con tus visitas, tus llamadas o tus cartas, fuiste poniendo color en mi vida, diste sentido a las canciones de amor, con tu cariño no noté los largos inviernos que estabas ausente. En aquel momento no sabía expresarte lo que significabas para mí, intentando sin conseguirlo dibujarte mis sentimientos…
¿Cómo describirte un beso?, ¿cómo pintar una caricia? o ¿cómo poner en palabras lo que sentía mi corazón, cuando estabas cerca…?.
Ahora lo sé. Te diré que tus caricias eran como el aleteo de miles de pequeñas mariposas recorriendo mi piel o el roce de la brisa marina al atardecer. Tus besos sabían al dulce aroma del humo saliendo de las chimeneas en los días fríos de invierno, a fresca agua de manantial en las soleadas tardes de verano o al sabor del vino añejo criado en barricas de roble…Quiero decirte también, que cuando me mirabas mi cara se teñía con el rubor de una adolescente ante su primer amor, veía en ti la ternura en la mirada de un padre cuando su bebé se aferra a su mano, era como ahogarme en el infinito mar que son tus ojos…
Lanzo mis palabras al aire y te cuento ahora todo lo que no tuve oportunidad de decirte, a sabiendas que no encontrarán respuesta, porque una mañana, en un minuto se decidió nuestro futuro. Nuestra vida quedó enterrada entre un montón de amasijos de hierro un 11 de marzo cuando, cumpliendo la promesa que me hiciste, venías a buscarme.
Ha pasado algún tiempo y aún revivo el dolor, el duelo, los pésames. Recuerdo de nuevo la cara de tus padres con una mirada de asombro, como si aquella historia no fuese con ellos y en cualquier momento te verían aparecer. Yo sabía que nunca más volverías y eso hacía que mi dolor fuese más real, sin posibilidad de esconderlo o disfrazarlo para no sufrir.
Cariño todavía no he encontrado la manera de superar el dolor y la pena. Aún sigo lanzando mis deseos al universo a la espera que encuentren la estrella que te cobija y recibas mi “”te quiero””. Sigo escribiéndote cartas cada noche, que te leo cada mañana en nuestro rincón del bosque, donde te siento más cerca y sé que en alguna parte me estás mirando, sonríes y me llevas de la mano, enseñándome qué hacer con mi día a día, para que aprenda de nuevo a caminar sin ti.
Mi vida, te dejo aquí los mil y un besos que nos robaron y nunca nos fueron devueltos.
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